Cada día, 11 millones de pasajeros toman el avión. El 26 de abril, el programa de televisión francés “Enviado Especial” dio a conocer una investigación sobre un riesgo poco conocido y un tema tabú en el mundo de la aviación: ¿es seguro el aire que respiramos en la cabina?
El Síndrome Aerotóxico se describe como una amplia variedad de síntomas respiratorios y neurológicos que pueden afectar a viajeros frecuentes y personal de vuelo.
En los últimos años se ha hecho énfasis en diversos ámbitos científicos y periodísticos sobre las consecuencias nocivas para la salud, derivadas de la exposición ambiental a diversas sustancias químicas presentes en las cabinas de los aviones, que tienen un potencial efecto tóxico sobre el ser humano.
En diversos países europeos, así como en Australia y USA, se ha destacado el riesgo que para la salud representa la inhalación de sustancias químicas eventualmente tóxicas, en el transcurso de vuelos en avión comercial. Este riesgo se acentúa en aquellos viajeros frecuentes, personal laboral –pilotos, auxiliares de vuelo y trabajadores de mantenimiento–, así como individuos especialmente susceptibles a estos riesgos como son mujeres embarazadas y niños.
Se ha establecido el término de Síndrome Aerotóxico para definir un conjunto de síntomas respiratorios y neurológicos derivados de la exposición a ciertas sustancias del aire que circula en las cabinas del avión. De forma más larvada pero no menos destacable, cabe señalar la negativa interacción de algunas de estas sustancias químicas sobre nuestro sistema endocrino, fenómeno conocido como disrupción endocrina.
Las eventuales implicaciones legales y de imagen corporativa que para la industria aeroespacial representa esta entidad, han influido de forma clara en el hecho de que el Síndrome Aerotóxico no está uniformemente aceptado por los diversos estamentos oficiales y parte de la comunidad científica. La realidad indiscutible es que el aire que respiramos durante los viajes en avión no está exento de sustancias químicas potencialmente dañinas.
No se trata simplemente de los casos de constatación de humo visible en el interior de la cabina, incidencia cifrada hasta en un 0.05% de los vuelos comerciales por el Comité de Toxicidad (COT) del Reino Unido en 2007, hecho de por sí ya preocupante. Estudios ambientales en cabina confirman que diversas sustancias químicas, como una amplia gama de triarilfosfatos o naftilamina (PAN), son detectables en el aire de las cabinas aéreas, si bien generalmente en pequeñas concentraciones. También mediante estudios de detección de biomarcadores en sangre u orina de viajeros en vuelos aparentemente normales, se ha podido constatar la presencia de diversos metabolitos derivados de la inhalación de organofosforados.
El aire de la cabina de avión proviene mayoritariamente del aire purgado o drenado desde los motores, después que haya estado en contacto con el engranaje de diversas piezas (turbinas, compresores, etc.) que requieren para su funcionamiento, el uso de aceites no naturales que contienen diversos aditivos químicos con efecto lubrificante, antidesgaste e ignífugo.
Varias de estas sustancias no tienen todavía un umbral de seguridad ambiental plenamente establecido. Cuando éste exista, debería tenerse en cuenta el ámbito realmente peculiar y limitado de una cabina de avión. Las altas temperaturas del motor producen compuestos mal identificados por degradación de estos aceites (pirolisis), que actualmente están siendo estudiados por su efecto potencialmente nocivo para la salud. Otras sustancias químicas similares potencialmente tóxicas se encuentran en los fluidos hidráulicos y agentes anticongelantes.
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